Amor, viene la fiebre. Es intensa, como el olor de la vendimia, y cárdena, como el miedo. Es un tránsito hacia la nada, y el vacío es una oquedad que se transforma.
Amor, la tierra crece. Cada vez hay más suelo entre mis pasos, cada vez más flores.
Se me derriten las ingles con tus aguas, me fulguran las estrellas.
Amor, que en la sangre me repites, que en tu cuerpo entras en mi carne, que me anidas, que aniquilas mi temor, que me llevas a florecer en este enero guarecido.
Mi hombre, qué silencios más puros regalaste a esa nieve que vendrá, a esa escarcha que cubre las inmensas latitudes del corazón.
Mi niño, qué azules son los océanos que se contienen en tus ojos, que blanca es la espuma de tu esperma. Los besos blancos de tus labios, los besos rojos de tu polla.
Amor, bendice estas palabras. Bendíceme con tu aliento, con tu voz, con la aurora que te vive y que regresa cada día a amanecerte.
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