Amor, cómo confluyen en ti las horas, desde qué lejanías me enardeces.
Sigo el pulso del trigo, el que se cubre con la lluvia, y que la lluvia sobrevuela desde el cielo, el que alimenta la tierra con su tallo de cereal sapiente.
Amor, qué dudas me asaltaron, qué miedos me vinieron; te busqué y te habías ido y en tus huellas seguí el rastro misterioso de los astros que guardaban tu secreto.
Y ahora vienes, con los gemidos desnudos, con la sangre latiendo en las venas de los pájaros, con un silencio que sólo se abre con tus ingles, que platican.
En un soplo de luz, la luz del cielo que me envía tu mirada en ese azul incomparable, un azul que es más azul que el azul de los azules y que siendo azul recuerda al ángel que cantaba, el que fumaba con la boca descubierta, y como ese ángel volátil en mis besos podrás beberte el azul de la eternidad iluminada.
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