Amor, descendió la noche. Se vació de estrellas. Era pura madrugada sin los astros, sin una pequeña luz que contuviese una sola gota de la lluvia.
En ese páramo, en ese desierto de negrura, surgió el deseo. Y el deseo fue palabra, y la palabra fue la encarnación de esa luz primera que por su blancura era invisible.
Amor, qué mirada se esconde en el alumbramiento del mundo.
Sé que hay oquedades por donde se filtra el musgo, la hierba mojada, humedecida por ese agua que no cesa de brotar, por esa fuente que transparenta la sustancia.
Hay lágrimas que crecen alrededor del tiempo. Lo llenan de crisálidas, de panes florecidos, de cerezas.
¿Por quién doblan las cigüeñas? ¿Dónde desdibujarán los campanarios? ¿En qué caos se pueden encontrar las mariposas que anhelan ser las almas? ¿Qué muerte se quedará las amapolas que me nacen en las ingles? ¿Qué noche volverá a ser intensamente negra?
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