Amor, viniste y los baldíos se llenaron de palabras, las palabras se llenaron con las flores, y las flores se llenaron con sus pétalos.
Amor, que proclamaste que la oscuridad sería vencida, que la noche sería luz y que la misma madrugada florecería entre mis brazos.
Amor, conseguiste que la penumbra iluminase el precipicio, que del mismo abismo surgiese la voz que todo nombra, que todo ordena ante su paso.
El amor derrotó todas las tinieblas y bebió de la sangre derramada, comió de la carne acontecida. Los besos fueron dulces como destellos diminutos, y elevaban el pulso de la eternidad.
El solsticio pasó y dejó su agua, el agua que le brotaba de la boca, sus labios besaban la enormidad del amor y veían el declive.
En las laderas los glaciares se mueven en un deslizarse imperceptible y dentro de su corazón hay un amor que los posee, un latido de una sangre que a sí misma se delata, allí donde los árboles vislumbran la sombra del ángel.
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