Amor, hay en mí un amanecer enorme, un cielo que se abre ante mis pasos, y veo cómo las huellas azuladas se despliegan en la brisa que lleva tu nombre.
Mi amor, llevo flores en el vientre, llevo ángeles en mi corazón. Mi corazón te llora, llora la sangre que vas a derramar, llora la distancia del silencio.
Enero va mediando. Nuevamente se avanza en el invierno, nuevamente la escarcha posee el último grado de la nieve, las lágrimas que la mañana deposita en el abismo más profundo de mi cuerpo.
En mi alma gimen los lobos por la muerte. En mi alma se apresuran las palomas. El amor se reduce a los castillos blancos que se intuyen en los sueños, y pasea por el bosque oscuro sin temor. Ésa es su grandeza, el caudal de su blancura.
El amor se desnuda mientras duerme. Es piel de diamante florecido, y en la laguna del cielo donde el agua no se mueve, un ángel lleva la barca hasta el cristal que reluce entre cristales, y allí vive Dios, y en el alma de Dios se mira mi alma con el espejo de tus ojos.
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