Amor, hay una latitud que me concierne: es la que se lleva mis recuerdos, la que los entierra entre tus besos.
En tus labios fluye el mundo que se adormece cada noche y que despierta entre las sábanas que la aurora se olvidó en los armarios de donde sale el alba, de esos cajones que se abren y se cierran con almidón en la ropa y trocitos de lavanda.
El día nace entre susurros, y poco a poco el sol se eleva con tus ojos. Mírame amor, qué desolado quedó el paisaje de las sombras, qué desierto surgió de esas noches en que el negro todo lo llenaba, qué embalajes corté con el fluir de las estrellas.
Amor, qué pétalos nacieron desde el cielo. Eran rojos y azules y en mis manos no cabían. Los puse en los bolsillos, los guardé, pues eras tú quien me los daba, eran los ángeles que lloraban las flores del silencio.
Amor, qué dura es la caída cuando la escalera tirita en sus peldaños, cuando se mira detrás de la luz y se vislumbra la nada en la que nace.
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