Amor, viene el Réquiem por las tardes, anticipando su negrura. Qué caudal hambriento me acompaña, cómo la oscuridad devora el cielo que la acoge.
Mi niño, en mis besos hay un espejo donde el agua se convirtió en Narciso. Nadé contracorriente, dejé que fluyera el amor entre mis brazos, y en mis piernas las cicatrices me dijeron que eras tú el que nadabas a mi lado.
La piel se llenó de promesas, de misterios, deseos y sombras, de atávicas raíces que perseguían un nudo de tierra, un árbol que creciese junto a la vid que, levantada contra el mar, me poseía.
Amor, siento cómo la voz de la arena surge del desierto, cómo la tentación es una circunstancia, y es el tiempo el que niega lo que al final será la mansedumbre.
Mi Amado, vi tu nombre en un reflejo, y el reflejo se convirtió en historia, en recuerdo de la piedra, en mordedura de sangre, en flor que se abre por las noches y que el frío no consigue penetrar. En ella vive el azul ígneo de tus ojos.
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